Ha puesto su morada en la paz. Existe
una paz ficticia, como la de Judá; y otra desordenada, como la de
Adán y Eva. En ninguna de ellas está Dios. Unicamente en la paz
cristiana, esa que el Señor deja y da a sus discípulos, es donde él
reposa. Los predicadores santos la ofrecen a todos los hombres: unos
la rechazan y otros la adoptan. Nosotros nos sacudimos el polvo de
los pies sobre los que odian la paz, y queremos unirnos con los que
aman esta paz.
Entre éstos algunos reciben la paz,
otros la conservan y otros la construyen. Podemos llamarlos:
apaciguados, pacientes y pacíficos. Dichos nombres les corresponden
según los distintos grados de paz que han conseguido. Los
apaciguados poseen la tierra de su cuerpo, pues son mansos. Los
pacientes poseen su alma porque se les dice: Con la paciencia
poseeréis vuestras almas. Y los pacíficos poseen su propia alma y
la de aquellos en quienes fomentan la paz. Por eso se les llama con
toda razón hijos de Dios.
Apaciguados son los que reciben la
paz, y de ellos dice la Escritura: Si hay allí un hijo de paz,
descansará sobre él vuestra paz. Pero de hecho son apocados y el
viento de los escándalos les arrebata fácilmente esa paz que
reciben. Los pacientes conservan la paz que reciben, y no la pierden
por muchas injurias que les hagan. Por ser más robustos se les
ordena: Amad la paz y la santidad de vida, sin lo cual nadie verá al
Señor. Y los pacíficos fomentan la paz en sí mismos y en los
demás, e incluso aman a quienes intentan arrebatarla; cumplen
aquello de la Escritura: Con los que odiaban la paz yo estaba
pacífico. En éstos descansa y pone su morada el Señor. A éstos
ama Dios como a hijos suyos, y con estas piedras vivas construye su
templo de la Sabiduría. Y para que no las derribe de ese edificio
ningún choque, el mismo Dios que lo habita y lo construye las talla
por los cuatro costados: arriba y abajo, por la derecha y por la
izquierda. Por arriba, haciendo que sometan humilde y sabiamente su
voluntad a la divina; por abajo, sometiendo su carne y dirigiéndola
con moderación; por la derecha, solidarizándose con los buenos como
se lo merecen; y por la izquierda, soportando con valentía a los
malos.
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