Que
me bese con el beso de su boca. Hay
tres clases de besos: el primero es el de los pies, el segundo el de
las manos, y el tercero el de la boca. Al convertirnos besamos los
pies del Señor. Estos pies son dos: la misericordia y la verdad.
Dios los imprime en el corazón de los que se convierten, y el
pecador verdaderamente convertido abraza esos dos pies. Porque si
recibe sólo la misericordia y no la verdad, caería en la
presunción. Y si recibe la verdad y no la misericordia, perecería
inevitablemente de desesperación. Pero para salvarse se postra
humildemente a los dos pies, quiere condenar sus pecados con la
verdad y esperar de la misericordia el perdón. Este es el primer
beso.
El
segundo acaece cuando, tras el primer ósculo de la penitencia, nos
levantamos para hacer buenas obras. Besamos las manos del Señor al
ofrecerle nuestras buenas acciones, o cuando recibimos de él los
dones de las virtudes.
Y
el tercer beso tiene lugar después de pasar el llanto de la
penitencia y recibir el regalo de las virtudes: el alma invadida de
un deseo celeste por la impaciencia de su amor, desea ser
introducida en los goces secretos de la cámara interior, y con
palabras entrecortadas de tiernos suspiros, canta con el ímpetu
ferviente de su corazón: Señor, yo ansío tu rostro. Y
tal es la fuerza de ese deseo, que el Esposo se hace presente: aquel
a quien ella tanto ama, tanto le enardece y por quien tanto suspira.
Así
pues, el primer beso consiste en el perdón de los pecados y se
llama propiciatorio; el segundo tiene lugar al recibir las virtudes,
y se llama beso de recompensa; y el tercero acaece en la
contemplación de lo celestial, y se llama contemplativo.
No
olvidemos que existen dos géneros de contemplación. Unos suben y
caen, y otros son arrebatados y descienden. Suben aquellos de
quienes dice la Escritura: Al descubrir a Dios, no le
tributaron la alabanza y las gracias que Dios se merece. No
se mostraron agradecidos porque se atribuyeron a sus propias fuerzas
e ingenio lo que Dios les había revelado. Por eso les sobrevino la
caída: Su razonar se dedicó a vaciedades. Pretendiendo
ser sabios, resultaron unos necios.
Los
elegidos, en cambio, son arrebatados como Pablo y otros más; y
descienden para comunicar a los pequeños, del mejor modo que
pueden, lo que han visto en el éxtasis del espíritu. Pablo fue
arrebatado y nos lo dice: Si perdimos el sentido, es por
Dios. Y también nos confiesa
cómo descendió: Y si somos razonables, es por vosotros.
Este género de contemplación es al que aspira el alma perfecta
para recibir los castos abrazos de su esposo cuando exclama: Que
me bese con el beso de su boca. Como
si dijera: “No pretendo valerme de mis fuerzas, ingenio o méritos
para conseguir el gozo de mi Señor; sea él quien me bese con el
beso de su boca, es decir, que lo haga él gratuitamente.
No busco los frutos de la
ciencia ni de la naturaleza, sino los de la gracia: Que me
bese con el beso de su boca”.
Con
elegancia insuperable ha indicado la gracia del que actúa, la obra
y el modo de realizarla. Al decir: que me bese, muestra
la gracia del que actúa; al precisar: con el beso, indica
la obra realizada, es decir, la contemplación; y al añadir: de
su boca, explica con evidencia
el modo de la obra, o cómo se efectúa la contemplación. Aquí la
boca significa la palabra.
La
contemplación es fruto de la condescendencia del Verbo de Dios a la
naturaleza humana por la gracia, y de la elevación de la naturaleza
humana hasta el mismo Verbo por el amor divino. Nadie crea que es
absurdo hacer semejantes distinciones en la contemplación del Verbo
de Dios; es el Evangelio quien atestigua este orden en a encarnación
del Verbo.
Efectivamente,
al saludar el Ángel a la Virgen, la primera en aparecer es la
gracia: Salve, llena de gracia. Después
indica de quién y cuán grande es esa gracia: El Señor
está contigo. Añade la obra
que realiza la gracia: Bendito el fruto de tu vientre. Ese
fruto es, sin duda, la encarnación del Verbo. Y la manera de
efectuarse esta obra tan insigne la tenemos en estas palabras: El
Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra.
De
estas obras del Verbo, que hemos espigado del Evangelio o
entresacado del Cantar de los Cantares, consta que esta encarnación
es fruto exclusivo de la abundancia de la gracia divina y que
aquella contemplación no puede provenir jamás de la voluntad
humana, sino que es puro don de Dios.
Hay
que advertir que esta contemplación se presenta bajo tres aspectos
distintos, según las diversas etapas de tiempo. Primeramente se
llama alimento, después bebida y en tercer lugar embriaguez. Por
eso, el esposo invita a sus elegidos con estas palabras: Comed,
amigos, bebed y embriagaos, carísimos. Mientras viven en esta
carne corruptible, comen. Pero una vez liberados del cuerpo y
trasladados al cielo, se dice que beben lo que antes comían.
Contemplan cara a cara y sin esfuerzo lo que creían por la fe
cuando peregrinaban en su cuerpo lejos del Señor, comiendo el pan
con el sudor de su rostro. Lo mismo que nosotros tomamos con mayor
facilidad la bebida que la comida, ya que comer supone alguna
molestia y beber es mucho más cómodo.
Cuando los santos han llegado a este estado, pueden
beber, pero no embriagarse: se sienten frenados en la contemplación
perfecta de la divinidad, pues aguardan la resurrección de sus
cuerpos al final del mundo.. Cuando esto acaezca, el cuerpo se
apegará de tal modo al alma y ésta a Dios, que en adelante nada
será capaz de apartarla de la embriaguez interior de la
contemplación. He aquí por qué al invitarles a comer se les llama
amigos, es decir, amados; al invitarles a beber reciben el nombre de
predilectos; y al invitarles a embriagarse, amadísimos.
Tus
pechos son mejores que el vino. La
esposa tiene dos pechos: el del gozo y el de la compasión. El vino
designa aquí la ciencia del mundo, de la que dice la Escritura: Su
vino es ponzoña de monstruos y veneno mortal de víboras.
Exhalan
los más exquisitos perfumes, Al
decir los más exquisitos perfumes insinúa que algunos perfumes son
buenos, otros mejores, y a todos estos los superan los óptimos.
Veamos, pues, cuáles son estas tres especies de perfumes. El
primero se hace con el recuerdo de los pecados, al arrepentirnos de
ellos y pedir perdón. Este perfume es bueno, pues Dios no desprecia
el corazón quebrantado y humillado. Se derrama en los pies del
Señor y allí mismo recibe la recompensa -el perdón de los
pecados-de la boca misma del Señor: Se le perdonan sus
muchos pecados porque ha amado mucho.
El
segundo perfume emana al recordar los beneficios de Dios. Este se
derrama directamente sobre la cabeza del Señor, pues las virtudes
sólo pueden referirse a Dios, del cual proceden. Es un perfume de
más valor y de él se dice: ¿A qué viene ese derroche
de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios
y habérselo dado a los pobres.
Pero el Señor aprueba este derroche: Dejadla, ¿por qué
la molestáis? A los pobres los tenéis siempre con vosotros; en
cambio, a mi no me vais a tener siempre.
Además de aprobarlo se lo recompensa: Os aseguro que en
cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio se
recordará también en su honor lo que ella ha hecho.
El
tercer perfume se confecciona con los aromas de más valor, como
aquellos que llevaban las piadosas mujeres: Compraron
aromas para ir a embalsamar a Jesús. Pero
este perfume no se derrama ni se derrocha, pues el Señor no quiso
que se derramara sobre su cuerpo muerto, sino que lo lo guardaran
para su cuerpo vivo, la Iglesia santa.
Así
pues, el primer perfume es el de la compunción, y lo consume el
fuego de la contrición; el segundo es el de la devoción, y arde en
el fuego de la caridad; y el tercero es el de la piedad, que no se
consume, sino que se conserva íntegro.
RESUMEN
El
primer beso ocurre en los pies y se llama propiciatorio. Supone
conversión y penitencia. El segundo, en las manos, se llama de
recompensa y supone recibir las virtudes. El tercero, el de la boca,
se llama contemplativo. Se puede llegar a la contemplación y
perderla por creer que es debida a nuestros méritos. Es un gesto
gratuito que recibimos. Esta misma gratuidad queda patente en la
encarnación del Verbo. La contemplación puede considerarse como un
proceso de tres etapas similares a comer, beber y embriagarse. Esta
última sólo puede ocurrir tras la muerte y la resurrección. La
contemplación es muy superior a la ciencia del mundo. Igual que hay
tres besos, hay tres perfumes distintos cada uno de mayor calidad
que el anterior. Podemos llamarlos compunción, caridad y piedad.
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